Los ejecutivos de la compañía acordaron compartir los datos de los conductores con las autoridades para que sean éstos los que paguen tributos y “contener” así una auditoría fiscal y desviar la atención sobre el uso de paraísos fiscales por parte de la empresa, según muestra la nueva filtración The Uber Files
Por Scilla Alecci
A principios de 2015, los organismos reguladores europeos pusieron su mira sobre Apple, Amazon y Google, acusando a los titanes tecnológicos estadounidenses de competencia desleal y abuso de acuerdos fiscales ventajosos.
Los ejecutivos de Uber Technologies Inc. tomaron nota: temían que su empresa pudiera ser la siguiente, según muestran documentos filtrados recientemente en la investigación global conocida como The Uber Files. A medida que ampliaba su presencia en todo el mundo, el gigante de servicios de transporte había ideado formas de ahorrar millones de dólares en impuestos, canalizando los beneficios a través de Bermudas y otros paraísos fiscales.
“Nuestra estructura del impuesto de sociedades es, en términos puramente políticos europeos, el talón de Aquiles de la empresa”, escribía Mark MacGann, el principal lobbista de Uber en Europa en aquel momento, al jefe del departamento fiscal de la empresa.
A medida que aumentaba el escrutinio, Uber ideó una osada estrategia para desviar la atención de sus responsabilidades fiscales: ayudar a las autoridades a recaudar impuestos de sus conductores.
En un correo electrónico enviado a otros directivos, MacGann declaraba que compartir información sobre los ingresos de los conductores podría “contener” las demandas de las autoridades fiscales. Al hacerlo, Uber podría “evitar la ampliación de la investigación a otros países y/u otros asuntos fiscales (corporativos)”, escribía.
La investigación conocida como The Uber Files, de la que participa Infobae, incluye correos electrónicos y otros documentos internos de la empresa filtrados al periódico The Guardian y compartidos con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ por sus siglas en inglés). Los registros, que van desde 2013 hasta 2017, revelan la manera en que los ejecutivos de la empresa de transporte de pasajeros gestionaron las crisis, incluida la reacción a su agresiva estrategia de evasión fiscal, desde que Uber dejó de ser una insignificante empresa tecnológica de Silicon Valley y se convirtió en un gigante mundial.
Los documentos también ilustran cómo los gobiernos vienen luchando por hacer que las empresas digitales paguen impuestos en los países en los que operan, un dinero que podría invertirse en sanidad, educación e incluso en las carreteras que utilizan las empresas de transporte compartido.
Con su fundador, Travis Kalanick, Uber se ganó cierta fama por su cultura empresarial machista. Hubo acusaciones de acoso sexual desenfrenado, de espiar a los rivales y de obstaculizar las investigaciones de las fuerzas del orden.
Los registros filtrados indican que la misma actitud arrogante impregnaba la actitud de Uber hacia las leyes fiscales.
Según los correos electrónicos confidenciales, los ejecutivos instruyeron a los gerentes regionales sobre cómo adelantarse a las críticas del Gobierno hablando de “soluciones” que Uber había ideado para asegurarse de que sus conductores pagaran impuestos. Una plataforma digital de declaración de impuestos probada en colaboración con las autoridades fiscales estonias fue una de las soluciones citadas en los correos.
En un memorando de 2016 sobre las reuniones con funcionarios locales africanos, un alto directivo político describía cómo, en Nigeria, el equipo de Uber había conseguido trasladar el debate sobre los impuestos de Uber a los conductores.
“Nos reunimos con las autoridades fiscales de Lagos, que alabaron nuestros esfuerzos para garantizar el cumplimiento de las obligaciones fiscales [de los conductores], y dejaron de centrarse en Uber ‘evadiendo impuestos’ para trabajar juntos en garantizar el cumplimiento [por parte de los conductores]”, escribía el directivo.
Los directivos de Uber sabían que la postura agresiva de la empresa atraería una atención no deseada, según muestran los documentos.
“Determinados temas, como la fiscalidad de las empresas, son muy sensibles y generan muchas críticas”, escribía el directivo de Uber Pierre-Dimitri Gore-Coty en un memorando tras una llamada telefónica en noviembre de 2015 con el entonces consejero delegado Travis Kalanick.
Una filial de Uber en Bermudas, que poseía las valiosas patentes de la tecnología de transporte compartido de la empresa, se consideró potencialmente perjudicial para la reputación de la empresa. Los cánones por el uso de la aplicación de viajes compartidos fueron a parar a la sede de Bermudas, lo que redujo drásticamente la factura fiscal global de Uber.
“Lo de Bermudas o las Islas Caimán es lo que realmente molesta a mucha gente en Europa”, escribía Rachel Whetstone, entonces jefa de comunicación de Uber, en un correo a los directivos. “Incluso el mero hecho de no estar en el Caribe nos situaría muy por delante de las empresas tecnológicas estadounidenses”, remarcaba Whetstone.
“De todos modos, que quede entre nosotros, ya que es un tema “que no debe ser nombrado”, escribía, presumiblemente refiriéndose a la evasión de impuestos.
Uber sostiene que no es una empresa de transporte, sino el operador de una plataforma digital que conecta a los pasajeros con los conductores, que son contratistas independientes, no empleados. El acuerdo permite a la empresa evitar una serie de costes y responsabilidades, como cotizar a la seguridad social y recaudar el impuesto sobre el valor añadido de los trayectos.
“Uber tiene el compromiso de cumplir con las leyes y regulaciones tributarias en todos los lugares donde opera y de permitir a los proveedores, socios y conductores de Uber que acaten sus propias obligaciones legales y tributarias”, afirmó la portavoz de la empresa, Jill Hazelbaker, en una respuesta escrita a las preguntas del ICIJ y de los medios asociados.
La conexión holandesa
La sede de Uber en San Francisco ocupa dos modernos edificios frente a la bahía de esa ciudad. Pero el centro financiero de la empresa para sus actividades en gran parte del mundo se encuentra en el Reino de los Países Bajos, un paraíso fiscal para las empresas.
En 2012, pocos meses después de su debut europeo en Francia, Uber creó una empresa holandesa, Uber BV, para recibir los pagos de los clientes que utilizan los coches de Uber en Nueva Delhi, Londres, Sídney y centenares de ciudades más de todo el mundo.

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