La salida de Matías Kulfas del Ministerio de Producción revela un sistema de poder enloquecido que ha sido uno de los rasgos del gobierno de los Fernández, y que le ha costado mucho al país
Por Ernesto Tenembaum
En su último día de visita a Los Ángeles, el presidente Alberto Fernández intentó explicar por qué había despedido del Gobierno a Matías Kulfas. Fernández aclaró que se trataba de un gran ministro, pero que él no puede tolerar a alguien que use el off the record y menos para dañar a otros. Pese a que “Matías” fue un “gran ministro”, no le quedó, entonces, más remedio que desplazarlo. He aquí, por lo visto, un líder moral. Hay cosas que no se hacen en la vida. Y si se hacen, el Presidente debe establecer un criterio claro.
Por momentos, parece un chiste contado por alguien que no percibe que está contando un chiste. Distintas personas señalaron esta semana que el argumento del off the record es insostenible, especialmente viniendo de quién viene. “Si tienen que renunciar todos los que hacen off, nos quedamos acéfalos”, bromeó el economista Emmanuel Alvarez Agis. “Alberto Fernández es el rey del off the record”, agregó Marcelo Longobardi. Se podrían agregar decenas de personas, que conocen bien al Presidente, y que se sorprenden, se ríen, o quedan perplejos cuando lo escuchan decir estas cosas.
En la semana siguiente al despido de Kulfas, por ejemplo, los medios estuvieron plagados de noticias recogidas en el avión presidencial donde se reprochaba la conducta del ministro saliente. No son muchos los que han tenido acceso a la intimidad presidencial en esas horas: Sergio Massa, Vilma Ibarra, Carla Vizzotti, Santiago Cafiero y el propio presidente. ¿Quién habrá utilizado el “off”, en este caso, para dañar a Kulfas? ¿Por qué no reacciona el líder moral en este caso? ¿Kulfas es el único pecador?
El Presidente incorpora un segundo argumento: “Dañar a otros”. Es otra evidencia de un doble estándar de dimensiones olímpicas. Cualquiera recuerda la cantidad de veces que le han dicho al Presidente “borracho”, “inútil”, “atornillado”, “traidor” o “mequetrefe”. Los autores de esas provocaciones siguen en la raviolera del Estado, sin castigos ni reproches.
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