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domingo, 2 de julio de 2017

"CAMBIEMOS DEBE CAMBIAR", por JULIO PIEKARZ, ECONOMISTA, EX-GERENTE GRAL. DEL BANCO CENTRAL,


22 de junio de 2017

Voté a PRO y Cambiemos. Vehementemente les agradezco una vez más que hayan desplazado al kirchnerismo y no tengo ninguna duda de que los votaré en octubre, pero no será un voto entusiasta, excepto por alguna candidata de la fórmula.

Será un voto para favorecer a la única fuerza política que hoy actúa como salvoconducto probable para alejarnos algo de las tierras del populismo. Para que la renovación de mi voto fuera más enfática, Cambiemos debería cambiar. Es duro reconocerlo, pero a un año y medio de gobierno está claro que el macrismo erró el diagnóstico y no se preparó adecuadamente, y quizá por ello no muestra suficiente convicción y determinación para el cambio.

En la etapa inicial, la timidez del gobierno en exponer claramente la desastrosa situación económica, financiera, social e institucional recibida, como en el apagado documento El estado del Estado, pareció reflejar el objetivo de no generar preocupación y alejarse de la zona de riesgos sin demasiado ruido.

Pero la inacción posterior en términos de ataque al gasto del Estado, el sobreempleo público, la ineficiencia estatal, los privilegios de la clase política, la precariedad de los bienes públicos que reciben los contribuyentes, el desorbitado déficit fiscal y sus corolarios de endeudamiento y atraso cambiario, muestran que, detrás de aquella timidez, hay amplios sectores del Gobierno que están lejos de haber entendido de qué dimensión y urgencia es la tarea pendiente.

El gradualismo tiene un límite y es ver que las metas se cumplen y hay acción. Pero las metas fiscales se han cambiado ya tres veces, y la acción es débil y dubitativa. Por el contrario, ha habido nuevas y fuertes incorporaciones de personal al sector público, al estilo de la vieja política. El primer informe trimestral de metas del ministro de Economía fue de una pobreza decepcionante; líderes del oficialismo propician nuevos aumentos en las remuneraciones de la política; Economía ya no habla del déficit total sino sólo del déficit primario, soslayando la creciente cuenta de intereses, y se nos pide que celebremos que el agobiante gasto público no está aumentando en términos reales.


Ya hemos visto pasar muchos ministros de Economía que aceptan las presiones de la política con tal de mantenerse en sus puestos por afán de figuración, poder, sobresueldos y qué no. Cambiemos, por su parte, corre el riesgo de convertirse en un partido político más que sólo busca el poder.

Entre tanto, las dos áreas de la economía que sí funcionan bien están sometidas a un estrés permanente. El enorme déficit fiscal se agrega a los vencimientos de deuda para exigir al ministro de Finanzas, que hace una extraordinaria labor, tensar permanentemente el mercado de deuda emergente, cuando debería dedicarse a hacer operaciones de administración de una deuda estable y bajo control para mejorar su perfil y seguir bajando su costo. Ya quedó en el camino la recompra de cupones del PIB para la que se captaron 2.750 millones de dólares. Aumentar el endeudamiento para financiar gasto corriente sin generar transformaciones y sustentabilidad es desperdiciar esa última bala ¿de plata?

El Banco Central, por su parte, que estoicamente y a pesar del déficit fiscal lleva adelante su lucha contra la inflación y acertadamente rechaza cambiar su meta 2017 de 12%-17% anual, convive con declaraciones de miembros del propio oficialismo que dicen que la inflación va a ser 20%, 21% u otras cifras, todas fuera de meta, lo que bombardea su credibilidad y su esfuerzo.

En la misma línea de un historiador radical que declaró que en 10 años se verá como ridícula la discusión de si la inflación es 17 o 22 por ciento. Menos mal que es historiador; nadie se operaría con un historiador de la cirugía. Debemos agradecer a sectores mayoritarios del radicalismo por su aporte electoral para salir de la pesadilla del kirchnerismo, pero es patético para los votantes que penan por empleos y mejores ingresos ver cómo en su superestructura política todo es una discusión de puestos y lugares en las listas. Tampoco es tranquilizante que aspiren a más participación en las decisiones de política económica cuando buscan asesoramiento en un ex presidente del Banco Central y ex ministro de la Alianza, responsable de la hiperinflación de 1989 y de incubar del default de 2001.

La gestión y el CEOismo como contrapunto de la política son acertados, pero sólo se ven islas de gestión, cercadas por continuidad, ineficiencia, nepotismo y "compañerismo". CEO útiles son aquellos que vienen de compañas con altos estándares de excelencia en el gobierno corporativo, pero no CEO que vienen de empresas sin esos estándares o los pierden por el mucho menor grado de control que existe en el sector público y la enormidad de sus recursos, como los casos de Aerolíneas y Banco Nación; en este último caso por ignorancia total de gestión y de pautas de gobierno corporativo. Hay que seguir de cerca las empresas públicas. No sea que Mauricio Macri encuentre que en muchas de ellas ejecutivos de incluso segundo nivel cobran mucho más que el presidente o sus ministros, como pasó en Australia.

El Gobierno puede creer que está haciendo un cambio significativo. Se equivoca en la cantidad del cambio y en el ritmo. Hace falta mucho más que esto y mucho más rápido. Quizás sirva para que Cambiemos siga en el poder, pero no alcanza ni remotamente para parar y revertir la decadencia, y menos aún para que Argentina dé el ejemplo, como deseamos, para dejar atrás el populismo en Latinoamérica.

Ojalá Cambiemos gane las elecciones y cambie. Si no cambia, hará falta una nueva fuerza política de centro para presionar como minoría o llevar adelante esa tarea. Hoy no está, hoy no se ve, pero el vacío para que aparezca se insinúa.

El autor es economista.

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