Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo
Evelyn Beatrice Hall (1868–1919)
Opinar no debe estar en duda. Limitarla o anularla es simplemente un atropello a un derecho básico. De hecho el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos la consigna como un derecho fundamental.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Sin embargo, una cosa es opinar y expresar libremente y otra forma distinta es la difamación, la calumnia y la injuria. Algunas personas no logran entender la diferencia, por eso trataré de explicarlo y hacerle un bien a algún periodista pavo y desprevenido que anda por ahí.
Una opinión difamatoria tiene como objetivo destruir la honra y el prestigio de una persona. Cuando es oral, constituye un agravio, puesto que tiende a no trascender. Cuando es escrita toma la forma de un impreso puesto que queda consignado en un medio fijo, sea electrónico o en papel. En ambos casos, es difamación.
Nuestra Constitución defiende el derecho de las personas a la libre expresión. No obstante, nuestras leyes también condenan la difamación. Lo primero es un derecho, lo segundo un delito.
La calumnia está emparentada con la injuria. Se constituye en tal cuando una persona emite una declaración falsa sobre otro individuo. Siempre en la calumnia hay una acción intencional de dañar y sembrar dudas sobre la honorabilidad de una persona, y se constituye en delito toda vez que causa no sólo daño efectivo en situaciones laborales o sociales, sino también por los efectos psicológicos que provoca en las personas calumniadas.
Ahora bien, todo esto tiene un correlato ético que es necesario analizar. Siempre que se difama, calumnia o injuria a alguien hay testigos, y si esto ocurre en los medios de comunicación también hay responsables de los mismos. Cuando los testigos callan, entonces, se convierten en cómplices y son tan culpables como los difamadores, calumniadores e injuriosos. Callar ante el atropello de alguien es validar la conducta errada. Callar ante la injuria es complicidad. Callar ante el agresor, por comodidad o "prudencia", es cobardía.
En lo personal no me gusta ser un cobarde antes las agresiones que vienen sufriendo varios periodistas y amigos de Pinamar y entonces me involucro.
Lamentablemente debo decir que no veo respuesta de otros “testigos” ante este tipo de conductas. ¿Nos acostumbramos tanto a mirar para el costado cuando el daño lo sufre el otro? O acaso todavía peor ¿nos divierte ser espectadores de como maltratan el honor de las personas desde un micrófono o desde el anonimato de falsas identidades cibernéticas?
Opinar es un derecho. Injuriar, difamar, calumniar es un delito. Distinguir una conducta de la otra es clave para un buen entendimiento entre los seres humanos. No permitir estas conductas no es sólo tarea de la justicia, debería ser un compromiso de todos repudiarlas. ¿Cómo lograremos vivir en un verdadero Estado de Derecho si quienes somos los beneficiarios del mismo nos comprometemos tan poco con él? ¿Qué pasa con la dirigencia política, empresarial, sindical, que no se expresa en forma contundente cuando se observan estás prácticas vergonzosas? Por favor, no sean cómplices por prudencia, por comodidad o por simple beneficio. No pasen por cobardes.
La defensa de los derechos incluye el de la dignidad de las personas. En este sentido el Código Internacional de Ética Periodística, elaborado por la UNESCO en el año 1983 dice en su artículo 6to: Respeto de la vida privada y de la dignidad del hombre: “El respeto del derecho de las personas a la vida privada y a la dignidad humana, en conformidad con las disposiciones del derecho internacional y nacional que conciernen a la protección de los derechos y a la reputación del otro, así como las leyes sobre la difamación, la calumnia, la injuria y la insinuación maliciosa, hacen parte integrante de las normas profesionales del periodista”.
Esta vieja práctica, la difamación, la calumnia fueron condenadas desde siempre. Soy ateo, pero tengo un pasado de militante religioso, recordé entonces que la Biblia se pronuncia expresamente en contra de estas prácticas y dice: “El que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños” (Sal. 34.12—13 NVI).
Walter Montero.
DNI 13.945.692
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