No lo dice ni dirá explícitamente, pero todos los actos del Presidente se encaminan en una dirección: ganar sustento propio y alejarse del poder que le permitió sentarse en el sillón de Rivadavia
Por Jorge Grispo
Franko Castle de Montenegro (1946), Cardenal Presbítero de los Santos Andrés y Gregorio del Monte Celio, Arzobispo de Agrigento dijo: “La ambición desmedida comulga con el egoísmo, la soberbia y la destrucción, cuánta ceguera y dureza de corazón existe en esas personas que presumen de una realidad que solo existe en ellas mismas”.
Nada queda de las razones que llevaron a Cristina Kirchner el 18 de mayo de 2019 a circular un video por las redes anunciando su decisión: “Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula a presidente que integraremos juntos, él como candidato a presidente y yo como candidata a vice en las PASO”. Alberto y Cristina se han divorciado en privado, pero mantienen las formas en público; por más apariciones en modo “Pimpinela”, el acting ya no resulta creíble. Incluso la forma en que Cristina fue recibida esta semana por Alberto en Olivos marca el tono de la relación, a solas y sin fotos. Se toleran por conveniencia, desconfían por experiencia. Alberto está dando pasos claros en su intención de jubilar a Cristina. No lo dice ni dirá explícitamente pero todos sus actos se encaminan en esa dirección.
No se trata de un plan orquestado y elaborado con enjundia. Estamos frente ante la presencia del aprovechamiento de las circunstancias, del debilitamiento de una y la resistencia del otro. Tras el resultado del las últimas elecciones queda claro que Cristina dejó de ser un fenómeno nacional, para refugiarse en el AMBA donde mantiene gran parte de su, ahora menor, caudal electoral. Alberto en cambio está “intentando” jugar fuerte con los gobernadores peronistas (como el cónclave que hizo esta semana), los movimientos sociales y los popes sindicales. En este contexto debemos analizar los “anuncios” del Presidente y los silencios (calculados) de la Vice.
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