"EL UNICO PATRIMONIO DEL PERIODISTA ES SU BUEN NOMBRE. CADA VEZ QUE SE FIRMA UN TEXTO INSUFICIENTE O INFIEL A LA PROPIA CONCIENCIA, SE PIERDE PARTE DE ESE PATRIMONIO, O TODO" - Tomás Eloy Martinez -

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lunes, 25 de julio de 2022

El kirchnerismo enfrenta una crisis peor que la del 2001 que empezó a generar hace 19 años

En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás.

Por Marcos Novaro



El año próximo se cumplen veinte años de economía K. El saldo es catastrófico pero los kirchneristas insisten en que la culpa es de los cuatro años de Mauricio Macri y hacen falta mayores dosis de sus medicinas. El paralelo con la economía del primer peronismo resulta aleccionador.

Al asumir, Silvina Batakis dio una señal muy sugerente sobre el drama que estamos viviendo: entrevistada por la web
de TN reivindicó como el mejor ministro de economía de nuestra historia a José Ber Gelbard; el hombre que entre 1973 y 1974 intentó salvar, pero terminó enterrando, el modelo económico que había creado Juan Domingo Perón treinta años antes, con una estrafalaria combinación de congelamientos, cepos y controles que llevaron a nuestro primer fogonazo hiperinflacionario.

¿Será que Batakis se ve emulando el papel de Gelbard: hará un último intento por mantener a flote, pero se adivina ya cavando la fosa del no muy distinto régimen montado por los Kirchner veinte años atrás?

En la aceleración del declive económico y los dislates políticos, las comparaciones históricas están a la orden del día. Y muchos se preguntan: ¿vamos a terminar tan mal como en diciembre de 2001? ¿Alberto Fernández será el “De la Rúa peronista”?

En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás.

El ocaso de la convertibilidad estuvo signado por un problema cambiario y financiero. Un entuerto difícil de arreglar, potencialmente explosivo, pero acotado a esos terrenos: no éramos rentables con el uno a uno y ya nadie nos prestaba, porque la devaluación era difícil de procesar. Así fue que, una vez que se derrumbó el cambio fijo, se vio que lo demás podía funcionar bastante bien: la economía volvió a crecer a los pocos meses, y lo hizo por varios años, con baja inflación (la de 2003 sería de apenas el 3%) y sin necesidad de que los gobernantes hicieran gran cosa.

De allí que Néstor Kirchner pudiera sentarse en el sillón de Rivadavia y recoger los laureles de un régimen económico que no había ayudado en nada a poner en marcha. Que él, en verdad, detestaba. Y por eso se dedicó, poco a poco, a destruirlo.

Un par de datos que vistos desde hoy resultan sorprendentes ayudan a entender la paradoja: esos primeros años del “modelo kirchnerista” fueron, en verdad, los más exitosos, y de vigencia más prolongada, de una economía que los kirchneristas llamarían, en cualquier otra circunstancia, “neoliberal”: relativamente abierta, con equilibrio fiscal y comercial facilitados por un tipo de cambio competitivo, en un mercado cambiario libre y único, sin restricciones al movimiento de capitales de ningún tipo, todo eso facilitado por un sector público que gastaba globalmente poco más del 20% del PBI, y ocupaba alrededor del 15% de los empleados formales del país.


En esa economía no hacían falta cepos de ningún tipo: los dólares entraban solos, no se fugaban. Y hacían falta cada vez menos planes sociales para atender a la masa de desempleados: el empleo privado productivo crecía aceleradamente. De no ser porque Kirchner convirtió a los piqueteros en funcionarios y a sus bases en instrumento de control social y político del conurbano, el problema de los planes se hubiera resuelto solo, en muy poco tiempo.

En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás.

Por Marcos Novaro

El año próximo se cumplen veinte años de economía K. El saldo es catastrófico pero los kirchneristas insisten en que la culpa es de los cuatro años de Mauricio Macri y hacen falta mayores dosis de sus medicinas. El paralelo con la economía del primer peronismo resulta aleccionador.

Al asumir, Silvina Batakis dio una señal muy sugerente sobre el drama que estamos viviendo: entrevistada por la web de TN reivindicó como el mejor ministro de economía de nuestra historia a José Ber Gelbard; el hombre que entre 1973 y 1974 intentó salvar, pero terminó enterrando, el modelo económico que había creado Juan Domingo Perón treinta años antes, con una estrafalaria combinación de congelamientos, cepos y controles que llevaron a nuestro primer fogonazo hiperinflacionario.

¿Será que Batakis se ve emulando el papel de Gelbard: hará un último intento por mantener a flote, pero se adivina ya cavando la fosa del no muy distinto régimen montado por los Kirchner veinte años atrás?

En la aceleración del declive económico y los dislates políticos, las comparaciones históricas están a la orden del día. Y muchos se preguntan: ¿vamos a terminar tan mal como en diciembre de 2001? ¿Alberto Fernández será el “De la Rúa peronista”?

En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás.

El ocaso de la convertibilidad estuvo signado por un problema cambiario y financiero. Un entuerto difícil de arreglar, potencialmente explosivo, pero acotado a esos terrenos: no éramos rentables con el uno a uno y ya nadie nos prestaba, porque la devaluación era difícil de procesar. Así fue que, una vez que se derrumbó el cambio fijo, se vio que lo demás podía funcionar bastante bien: la economía volvió a crecer a los pocos meses, y lo hizo por varios años, con baja inflación (la de 2003 sería de apenas el 3%) y sin necesidad de que los gobernantes hicieran gran cosa.

De allí que Néstor Kirchner pudiera sentarse en el sillón de Rivadavia y recoger los laureles de un régimen económico que no había ayudado en nada a poner en marcha. Que él, en verdad, detestaba. Y por eso se dedicó, poco a poco, a destruirlo.

Un par de datos que vistos desde hoy resultan sorprendentes ayudan a entender la paradoja: esos primeros años del “modelo kirchnerista” fueron, en verdad, los más exitosos, y de vigencia más prolongada, de una economía que los kirchneristas llamarían, en cualquier otra circunstancia, “neoliberal”: relativamente abierta, con equilibrio fiscal y comercial facilitados por un tipo de cambio competitivo, en un mercado cambiario libre y único, sin restricciones al movimiento de capitales de ningún tipo, todo eso facilitado por un sector público que gastaba globalmente poco más del 20% del PBI, y ocupaba alrededor del 15% de los empleados formales del país.

En esa economía no hacían falta cepos de ningún tipo: los dólares entraban solos, no se fugaban. Y hacían falta cada vez menos planes sociales para atender a la masa de desempleados: el empleo privado productivo crecía aceleradamente. De no ser porque Kirchner convirtió a los piqueteros en funcionarios y a sus bases en instrumento de control social y político del conurbano, el problema de los planes se hubiera resuelto solo, en muy poco tiempo.

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