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domingo, 24 de julio de 2022

Las interminables vacilaciones de un Presidente ante una crisis que se lo puede llevar puesto

En muchos momentos, Alberto Fernández estuvo dispuesto a sacrificar su gestión para no romper con CFK, y en algunos otros a desafiarla para poder gobernar. Al final del camino, el panorama es desolador: la alianza está casi rota y la gestión se ha tornado impotente

Por Ernesto Tenembaum



La Argentina tiene un sistema presidencialista. No importa si un presidente llega como conductor de una Alianza, si fue designado por otra persona que es más poderosa que él, o si es el líder indiscutido de un partido monolítico. Todos los presidentes están condicionados por múltiples factores que limitan su poder. Muchas veces parecen hojas al viento: a merced de una pandemia, una guerra, una corrida, la agresividad de los enemigos, la deslealtad y el abandono de los amigos, las barbaridades propias o lo que fuera. En todos esos casos, nada cambia lo esencial: la Argentina es un sistema presidencialista. El sistema deposita su destino en una persona, en sus decisiones, en su lucidez o falta de lucidez, en su coraje o en su falta de coraje. Hay un drama humano tremendo en esa construcción donde un hombre o una mujer completamente solos deben tomar decisiones terribles para las que no siempre están preparados. Igual, nadie tiene derecho a quejarse. Son las reglas. En todo caso, haberlo pensado antes de postularse.

Más allá del balance que cada cual podrá hacer sobre su Gobierno a medida que pasen los años -estas cuestiones suelen cambiar con la perspectiva que da el tiempo- Alberto Fernández ha fracasado en un asunto central. Desde su mismísima asunción, se enfrentó al desafío de mantener unido al Frente de Todos -esto es, no romper con Cristina Kirchner- y, al mismo tiempo, conducir el país con criterios distintos a los de la poderosa Vicepresidenta. Esa idea fuerte lo obligó a interminables marchas, contramarchas, curvas y contra curvas. En ese proceso, toleró humillaciones, desplantes, insultos que limaban su poder. Tomó algunas decisiones centrales que desafiaron a Kirchner pero aceptó otras que iban contra sus propias convicciones. Hizo cosas que Cristina no quería, no hizo otras cosas que Cristina quería. En muchos momentos, estuvo dispuesto a sacrificar su gestión para no romper con Cristina, y en algunos otros a desafiar a Cristina para poder gobernar. Al final del camino, el panorama es desolador: la alianza está casi rota y la gestión se ha tornado impotente y ha generado costos inmensos e innecesarios para la vida de los argentinos.

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