Pese a las grandes diferencias, hay paralelismos que inquietan. Al mismo tiempo, la debilidad institucional nos hace más vulnerables a todos
Por Jorge Grispo
La sociedad llega desgastada y en crisis al 14 de noviembre. El Gobierno sin rumbo se encamina a chocar de frente. En lugar de ponerse el cinturón de seguridad, bajar la velocidad para intentar volver a la ruta, aprieta fuerte el volante y acelera: el precio del dólar se dispara, vuelven los controles de precios y se deja a la provincia de Río Negro a su suerte, entre tantos desatinos, mientras continúan atropellándose. Ningún funcionario sabe si las decisiones que toma hoy tendrán vigencia mañana. El desconcierto es absoluto.
Para la Real Academia Española “similitud”, significa “semejanza”. En tanto que “comparar” es “analizar con atención” para establecer analogías o diferencias. El presente análisis tiene por objeto poner el foco de atención en ciertas similitudes, a pesar de las grandes diferencias, entre la corta presidencia de Fernando de la Rúa, y la actual de Alberto Fernández, que generan desvelo por el futuro próximo inmediato de nuestra nación a tan solo 21 días de los comicios. La derrota del oficialismo en las PASO causó un huracán de problemas, peleas internas y pujas por los espacios de poder, que hacen perder el foco en la gobernabilidad de una nación rota y empobrecida, en pos de ganar una disputa electoral, que hoy importa tanto como la subsistencia misma. Precisamente esa pérdida de foco en la gobernabilidad es lo que genera inquietud por el futuro institucional de la nación, rememorando situaciones que ya vivimos en el pasado.
Fernando de la Rúa asumió como Presidente de la Nación el 10 de diciembre de 1999 recibiendo de Carlos Menem el bastón de mando. Alberto Fernández lo hizo 20 años después, el 10 de diciembre de 2019 de manos de Mauricio Macri. De la Rúa no pudo terminar su mandato, Macri se sostuvo hasta el final. En 684 días de gobierno poco queda hoy de ese Alberto Fernández dispuesto a cumplir su mandato con la clara intención de demostrarnos a todos, incluida la dueña de los votos, que no fue un error su elección. El tiempo, como único dueño de la verdad, se encargó de corroborar lo contrario.
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