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miércoles, 24 de agosto de 2022

Cristina arrastra al peronismo y degrada hasta el 17 de octubre

La Vicepresidenta empuja a Alberto, a Massa y a la CGT para que la defiendan. Y se compara con Perón acudiendo a una fecha icónica, pero sin aquellas multitudes y con mucha menos épica

Por Fernando González


Tomás Chancalay pensó que nada podía ser peor que la noche del lunes 22 de agosto. El extremo izquierdo de Racing ingresó a la cancha cuando empezó el segundo tiempo para ver si podía torcer el mal partido de su equipo. A los pocos minutos, pisó con sus botines a un rival de San Lorenzo y se fue expulsado. Caminó casi corriendo hasta el túnel de salida, mientras los insultos de los hinchas lo empujaban hacia el infierno. Sin embargo, 15 horas después, cuando trataba de olvidar la pesadilla de la derrota, se le llenó el teléfono de mensajes cargándolo porque Cristina Kirchner lo había nombrado en su discurso de victimización.

- Chanca, ¿te afanaste la guita con Cristina y Lázaro Báez? -, le grababan audios los compañeros, entre carcajadas.

Nerviosa como muy pocas veces y revolviendo papeles ante las cámaras que preparó en su despacho del Senado, la Vicepresidenta dejó en claro la escasa preparación y el desamparo legal del discurso televisado que dio para responderle al pedido de 12 años de condena a prisión efectiva e inhabilitación perpetua para los cargos públicos que le hizo el fiscal Diego Luciani por corrupción en la causa Vialidad.

Entre muchos otros errores y la insólita acusación a su marido fallecido, Néstor Kirchner, de tener reuniones con el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, Cristina confundió al futbolista de Racing, un ignoto muchacho entrerriano de 23 años, con un dirigente barrial que trabaja con el PRO en la Villa 20 de la Ciudad de Buenos Aires. Los dos se llaman Chancalay. Por eso, la Vicepresidenta debió escribir otro tuit admitiendo su error, una de las prácticas que más aborrece. Pero no hay peor enemigo para una abogada que arrodillarse a los pies de la chapucería.

El fútbol ya le venía provocando otros sinsabores a Cristina. Había intentado recusar al fiscal Luciani y al presidente del Tribunal Oral 2, Rodrigo Giménez Uriburu, por compartir la camiseta del Liverpool, un equipo integrado por juristas que habían disputado partidos en la cancha de Los Abrojos, la quinta arbolada que Mauricio Macri tiene en la localidad bonaerense de Bella Vista. No pudo ser. No alcanzó con esas fotos de Facebook para confirmar que había una conspiración en su contra.

Lo que quedó en claro después de la ampliación declaratoria blue de Cristina es que su defensa no fue una respuesta técnica a las definiciones del fiscal. Resultó apenas un tambaleante manifiesto político que no rechazaba la acusación por hechos de corrupción. Solo intentó revelar que había otras personas cometiendo delitos similares. “Los argumentos de Cristina no tienen ningún valor legal; a (Carlos) Beraldi se le escapó la tortuga”, explica un jurista sumado a los muchos que se extrañaron con el grado de improvisación que tuvo la exposición.

El problema más grave para el Gobierno, para el Frente de Todos y para las instituciones es que el desconcierto político de Cristina arrastró al peronismo. En su impotencia, la Vicepresidenta conservó su capacidad de persuasión y logró que la respaldaran el presidente Alberto Fernández, el ministro Sergio Massa y la CGT, que en su documento construyó una fantasía: que la acusación del fiscal buscaba establecer la existencia de una asociación ilícita entre todos los miembros del Gobierno. Algo parecido, pero más sutil, insinuó el ministro de Economía.

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