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sábado, 27 de agosto de 2022

EL CASO EXTRAORDINARIO

 Tanto el presidencialismo como el parlamentarismo han demostrado su agotamiento. Es momento de arribar a una síntesis: la colaboración

Por Abel Posse


Yuval Harari es un escritor e historiador israelí que ha vendido casi diez millones de libros en la última década, revolucionando el pensamiento contemporáneo.

Sus obras han sido elogiadas por famosos hombres de negocios como Bill Gates, desarrollador de Microsoft, y Mark Zuckerberg, creador de Facebook; como también por políticos de proyección mundial, como Barak Obama, Bill Clinton, Ángela Merkel, Emmanuel Macrón, entre otros.

Explicó en sus principales best sellers (“Homo Deus, breve historia del mañana”, “De animales a Dioses” y “21 lecciones para el siglo XXI”) por qué el Homo Sapiens se impuso en sus disputas sobre los Cromagnon y los Neanderthal.

Concretamente, Harari sostiene que el éxito se basó en lo que llamó “cooperación flexible”. Los Sapiens se caracterizaron por crear historias, leyendas, códigos morales, religiones y creer en ellos. Se unieron luego para defenderlos.

Para demostrar su teoría, este profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem recorrió diversas disciplinas como la historia, la economía, la lingüística, la sociología, la conducta animal, la neurobiología y la psicología evolutiva.

Sus conclusiones siempre llegan al mismo punto: la colaboración mutua entre los humanos fue la clave del éxito de las distintas sociedades tanto antiguas como modernas.

Unir a los argentinos

En nuestros días, el despliegue del individualismo y el presidencialismo extremo significan el fracaso de la política y sus protagonistas. Los liderazgos de este tipo carecen de grandeza y son más propios de las viejas autocracias que de las democracias modernas.

En el otro extremo, la permanente búsqueda del acuerdo y del encuentro con el otro deberían ser los elementos indispensables para llegar a nuestros objetivos. Deberíamos desterrar por completo el concepto de que el otro es nuestro enemigo.

A menudo, desde el egoísmo se pueden generar políticas relativamente exitosas pero sin ideales. A eso se lo denomina un País.

Como contrapartida, los acuerdos en base a aspiraciones superiores nos garantizan la posibilidad de erigir una verdadera Nación con objetivos permanentes, con un destino común. Es formar parte de la “Casa Común” que es el anhelo de cualquier sociedad que busque el progreso y el bienestar.

El denominado “modelo Lomas de Zamora” fue elaborado por el ex presidente Eduardo Duhalde hace medio siglo, cuando condujo por primera vez la intendencia de esa enorme ciudad del Sur del conurbano.

Luego, pudo extrapolarlo también a la gobernación de Buenos Aires, a la Presidencia de la Nación, e incluso a la titularidad del Mercosur.

Aplicando esa forma de gobernar se pudo superar uno de los problemas más complejos de nuestra historia: la crisis terminal de 2001.

En medio del caos económico y social, en lugar de tomar solamente medidas unilaterales de emergencia se apostó, hace veinte años, a la llamada Mesa del Diálogo Argentino, un espacio de concertación impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) y la Iglesia Católica.

En ese ámbito clave apareció el principio de la solución de la crisis junto al entonces cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio, el ex presidente Raúl Alfonsín, el resto de la oposición política y los sectores productivos.

La mesa logró apaciguar los ánimos en búsqueda de consensos indispensables para apagar el incendio. A tres semanas de ponerse en marcha, el papa Juan Pablo II apoyó el proceso tras advertir el riesgo que corría la estabilidad democrática en Argentina.

El sumo pontífice de origen polaco alentó a sus obispos a continuar con el compromiso asumido.

En pocos días, se celebraron más de un centenar de reuniones que involucraron a unas 1700 personas de todos los ámbitos.

Por entonces, Eduardo Duhalde, como Jefe de Estado señaló:

“Mi Gobierno asume hoy la responsabilidad de conducir el diálogo y de reafirmar la unión nacional. El resultado de esta labor será el plan de acción de este nuevo momento de la Argentina”.

Pocos meses más tarde, Argentina volvía a la senda del crecimiento, la estabilidad y la prosperidad.

Cogobierno: un modelo superador

Tanto el presidencialismo como el parlamentarismo han demostrado su agotamiento. Es momento de arribar a una síntesis: la colaboración.

Actualmente, más de la mitad de los gobiernos europeos están conformados por dos o más partidos. Es el tiempo del entendimiento. Quedan pocos espacios para los “lobos solitarios”

Son muchos los ejemplos exitosos que podríamos enumerar. Pero, podríamos concentrarnos en dos de ellos, surgidos de catástrofes sociales ocasionadas por las conflagraciones:

-Alemania, desde su organización como república federal en 1949, ha tenido ya 24 gobiernos formados por integrantes de distintos signos partidarios.

Los alemanes gobiernan gracias a coaliciones que tienen afinidad ideológica. Estos cogobiernos le han permitido a la República Federal superar los traumas de la posguerra y desarrollar las potencialidades de una nación reunificada que hoy lidera la Unión Europea desde el punto de vista económico y financiero.

-Por su parte, en España, los “pactos de la Moncloa” permitieron la salida del franquismo y el ingreso a la senda del definitivo progreso.

Fueron protagonistas una serie jefes partidarios que habían crecido con el dolor de una cruenta guerra civil que arrojó casi un millón de muertos. Santiago Carrillo, mítico jefe del comunismo, Fraga Iribarne, un franquista talentoso, y el Rey Juan Carlos, un monarca que supo acompañar, culminaron con éxito los entendimientos.

Hubo sueños de trascendencia. Existió la necesidad de superar la confrontación habiendo aprendido que esta era un camino sin salida.

Aprender, corregir y construir un futuro distinto

El dogma de Eduardo Duhalde siempre fue: “El ganador de una elección conduce y los otros partidos integran un cogobierno”.

Para ello, el ex Presidente cedió espacios propios en posiciones ministeriales, en las estructuras burocráticas y, sobre todo, en los entes de contralor para que fueran sus ex rivales quienes pudieran auscultar de manera diaria la gestión ejecutiva.

No puede ser que el enfrentamiento sea el elemento que reafirme nuestra identidad. Es impensable que nos identifiquemos por lo que odiamos y no por lo que amamos.

Gobernar con todos es la mejor forma de lograr los objetivos. Esto vale tanto para tiempos difíciles como para situaciones plácidas.

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