La historia de la startup Puna Bio obtuvo USD 3,7 millones en una ronda de inversión con un insumo biotecnológico único. El “Tinder de los negocios”
Por Fernando Meaños
¿Cómo hicieron un economista de Olivos y tres expertas en biotecnología de Tucumán para fundar una empresa financiada con millones de dólares desde Silicon Valley con aspiraciones a impulsar la producción de soja en zonas donde no crece nada gracias a una bacteria que aparece en la Puna? La historia de Puna Bio merece contarse paso a paso, ya que en solamente dos años consiguieron que el Senasa apruebe su invención, un particular “jugo de bacterias” para fortalecer las semillas de soja, que este año los hará facturar USD 500.000 y que les permitió conseguir inversores por casi 4 millones de dólares.
El punto de partida estuvo en Grid Exponential, una aceleradora de empresas presidida por el ex presidente de YPF Miguel Galuccio. “Es como un ‘Tinder de los negocios’, en el que se busca juntar proyectos científicos con emprendedores e integrar un equipo”, explicó Franco Martínez Levis, el economista porteño y CEO de la empresa que creó en esa instancia con Elisa Bertini, Carolina Belfiore y María Eugenia Farías, sus socias a las que define como “científicas y aventureras”.
Bertini, por caso, pasó cuatro meses en la Antártida “investigando la única planta que sobrevive en esas condiciones”. Belfiore y Farías recorrieron durante muchos años la Puna investigando las bacterias de más de 3.500 millones de años para concretar su plan.
Belfiore y Farías recorrieron durante muchos años la Puna investigando las bacterias de más de 3.500 millones de años para concretar su plan
Las tres tucumanas acercaron su proyecto: un tratamiento de semillas de soja formulado en base a bacterias “extremófilas”, es decir, que viven en condiciones extremas. Esas bacterias fueron aisladas en la Puna de Catamarca, por lo que el Conicet y esa provincia obtendrán regalías sobre la venta del producto, Kunza Soja, que les confieren a las plantas condiciones de tolerancia a la sequía, estrés y salinidad. También permiten un aumento del rendimiento de la semilla de soja entre 10% y 15 por ciento.
El inicio de la compañía, en plena pandemia, fueron seis meses de Zoom. Recién después de ese tiempo los socios pudieron juntarse cara a cara. El “Tinder de los negocios” armó la empresa y les entregó USD 200.000 para hacer los primeros 15 ensayos de campo en 7 provincias para testear el objetivo final: hacer rendir la semilla y, además, en los lugares con las condiciones más adversas.
Con los primeros ensayos a cuestas, en octubre de 2001 llegó el gran segundo paso. Fueron seleccionados por Indie Bio, la aceleradora de startups biotecnológicas más grande del mundo, donde juegan los fondos de inversión más fuertes de Silicon Valley. Allí cerraron una ronda de inversiones por USD 3,7 millones. “Con este dinero, proyectamos escalar en las investigaciones, construir un nuevo laboratorio en Tucumán y realizar más ensayos a campo en Argentina, Brasil y Estados Unidos. Ya hemos hecho prospecciones en el Great Salt Lake de Utah, y nos han llamado de países como Costa Rica y Arabia Saudita para estudiar ambientes extremos de allí“, explicó Martínez Levis.
Puna Bio está avanzando en ensayos de productos bioestimulantes para maíz, trigo, poroto, caña de azúcar y otros cultivos
El 90% de los productores de soja utiliza algún tratamiento para mejorar el rinde de sus semillas, pero Martínez Levis asegura que “Kunza Soja, el primer bioestimulante ‘extremófilo’ del mundo, es único en el mercado”. Sus insumos biológicos permiten a los productores incrementar rindes, reducir el uso de fertilizantes, y cultivar en suelos degradados.
“Como un futbolista que entrena en la altura y desarrolla una mayor resistencia física, nuestros microorganismos mantienen esa capacidad extra de promoción de crecimiento cuando los llevamos a condiciones más favorables”, aseguró.
Además de Kunza Soja, Puna Bio está avanzando en ensayos de productos bioestimulantes para maíz, trigo, poroto, caña de azúcar y otros cultivos. “Estamos haciendo mucho hincapié en maíz y trigo no solamente tratando de mejorar los rendimientos sino también trabajando en la disminución del uso de fertilizantes químicos, que son responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura”, relató Bertini.
Y completó: “Trabajamos para poder, por un lado, recuperar suelos degradados y proveer soluciones sustentables a los productores, porque vemos que el mundo tiene un desafío en alimentar cada vez a más gente pero haciendo un mejor uso de los recursos como el suelo y, al mismo tiempo, reduciendo emisiones de carbono”.
“Los extremófilos se usan mucho en otras aplicaciones como la medicina: el test de PCR de Covid-19 usa una enzima de un extremófilo. Nuestra gran innovación es utilizar bacterias que toleran sequía, estrés y salinidad que aislamos de la Puna para aplicaciones de agricultura, para poder promover cultivos tanto en condiciones difíciles como en suelos fértiles”, agregó Bertini.
Su socio economista (con un posgrado “en Wharton, la misma universidad donde estudió Marcos Galperín”), Franco Martínez Levis, desborda entusiasmo y sueña con que el “jugo de bacterias” puede hacer crecer soja hasta en la Patagonia. Y sueña fuerte: “Ya tenemos ensayos de campo en marcha en varias zonas de Estados Unidos. En 5 años podríamos ser una empresa como Bioceres y cotizar en Nasdaq, ¿por qué no?”
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